jueves, 17 de junio de 2021

Ulises en el exilio

 

'Ulises en el exilio' son historias noveladas de escritores latinoamericanos, que han podido salir de las prisiones chilenas luego del 11 de septiembre de 1973 y de las del 24 de marzo de 1976. Han podido recorrer el mundo, como una forma de resistencia, pero también como una forma de preguntarse por qué ellos: cómo pudieron salvarse y si acaso esas cosas que le sucedían en el exilio no estaban predestinadas. Es el viaje mítico de La odisea, solo que esta vez cuando vuelven, ya no era el lugar del que había partido. Muy poco o nada quedaba de ese pasado.

(Un extracto de la novela, con este título provisorio)

‘Los van a matar a todos!’, Ariel les repetía esa noche calurosa en la terraza de ese departamento de Buenos Aires. No se pueden quedar! Pronto iban a llegar las fiestas y sus amigos estaban distendidos. Lo habían escuchado con mucha atención. La mayoría de ellos, escritores y periodistas querían saber de primera mano qué le había sucedido después del golpe. Les contó con detalles cómo pudo escapar de La Moneda ese mediodía, huyendo para los barrios del suburbio y ocultarse en casa de unos compañeros del partido. Allí estuvo varios días guardado, hasta que le avisaron que podía entrar escondido en un auto en la embajada argentina. Al fin y al cabo era argentino, aunque se haya ido a New York.

Lejos estaban aquellos días de  mítines y las marchas, donde todos se abrazaban cantando por el triunfo de Salvador Allende. El 4 de septiembre quedó instalado como ese día del festejo, donde la Unidad Popular había llegado al gobierno. Por medio de una amiga que estaba más cerca del círculo del partido, se había acercado al MAPU, que no eran un brazo de nadie y menos del partido comunista, como se quería confundir. Comenzó como asesor de un grupo que trabajaba en el área de comunicaciones y la editorial que tenían planificado para los programas del nuevo gobierno. Eran las nuevas políticas culturales para todos y para cada uno: era universalizar libros, en ediciones baratas y de buena calidad para que los autores clásicos del mundo circularan, entre la gente. Dostoievski, Balzac, Tolstoy, Victor Hugo, Cooperfield, estarían en las manos de quien nunca tuvo un libro, y que pudieran recibirlos en las escuelas como estudiantes y lo compartieran con sus familias.

Los ademanes de Ariel, sus muecas, y la forma de hablar acelerada le daban un tono simpático, pero nada de lo que había contado era cómico. Sus primeros libros tenían esa frescura irreverente de sus personajes, las situaciones que producían y en cómo se burlaban de los poderosos. Eran sus alter ego. Todos reconocían un poco de él en sus personajes, en su forma de pensar y decir; en la manera de encarar los problemas más difíciles. Quería enfrentar la vida viajando y escribiendo,  hasta que se encontró con otra manera de escribir su destino, militando.

Había vuelto con más fuerza desde California cuando fue a cursar esa beca de Literatura. Estuvo un año en Berkeley, y allí comenzó a escribir ensayos. La distancia le permitió mirar qué tenía de valioso su nueva tierra de adopción. Cuál era su deber como intelectual en los cambios que estaban sucediendo en la América india, en lo que había sucedió con la revolución cubana, y los miles de jóvenes que viajaban para la isla. La finalidad de aceptar la beca había sido perfeccionarse al principio, pero luego comprendió que podía hacer muchas más cosas, mirando primero desde el norte los cambios que se estaban produciendo en el mundo. Habían sucedió las revueltas de Mayo del 68 en Francia, en Italia y Alemania. Los tanques rusos habían vuelto a repetir en Checoslovaquia lo que hicieron con Hungría una década y año antes. De ahí su distancia lenta y segura con el partido comunista.

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