'Ulises en el exilio' son historias noveladas de escritores latinoamericanos, que han podido salir de las prisiones chilenas luego del 11 de septiembre de 1973 y de las del 24 de marzo de 1976. Han podido recorrer el mundo, como una forma de resistencia, pero también como una forma de preguntarse por qué ellos: cómo pudieron salvarse y si acaso esas cosas que le sucedían en el exilio no estaban predestinadas. Es el viaje mítico de La odisea, solo que esta vez cuando vuelven, ya no era el lugar del que había partido. Muy poco o nada quedaba de ese pasado.
(Un extracto de la novela, con este título provisorio)
‘Los van a matar a todos!’, Ariel les repetía esa noche
calurosa en la terraza de ese departamento de Buenos Aires. No se pueden
quedar! Pronto iban a llegar las fiestas y sus amigos estaban distendidos. Lo
habían escuchado con mucha atención. La mayoría de ellos, escritores y
periodistas querían saber de primera mano qué le había sucedido después
del golpe. Les contó con detalles cómo pudo escapar de La Moneda ese mediodía,
huyendo para los barrios del suburbio y ocultarse en casa de unos compañeros
del partido. Allí estuvo varios días guardado, hasta que le avisaron que podía
entrar escondido en un auto en la embajada argentina. Al fin y al cabo era
argentino, aunque se haya ido a New York.
Lejos estaban aquellos días de mítines y las marchas, donde todos se
abrazaban cantando por el triunfo de Salvador Allende. El 4 de septiembre quedó
instalado como ese día del festejo, donde la Unidad Popular había llegado al
gobierno. Por medio de una amiga que estaba más cerca del círculo del partido,
se había acercado al MAPU, que no eran un brazo de nadie y menos del partido
comunista, como se quería confundir. Comenzó como asesor de un grupo que
trabajaba en el área de comunicaciones y la editorial que tenían planificado
para los programas del nuevo gobierno. Eran las nuevas políticas culturales
para todos y para cada uno: era universalizar libros, en ediciones baratas y de
buena calidad para que los autores clásicos del mundo circularan, entre la
gente. Dostoievski, Balzac, Tolstoy, Victor Hugo, Cooperfield, estarían en las
manos de quien nunca tuvo un libro, y que pudieran recibirlos en las escuelas
como estudiantes y lo compartieran con sus familias.
Los ademanes de Ariel, sus muecas, y la forma de
hablar acelerada le daban un tono simpático, pero nada de lo que había contado
era cómico. Sus primeros libros tenían esa frescura irreverente de sus
personajes, las situaciones que producían y en cómo se burlaban de los
poderosos. Eran sus alter ego. Todos reconocían un poco de él en sus
personajes, en su forma de pensar y decir; en la manera de encarar los
problemas más difíciles. Quería enfrentar la vida viajando y escribiendo, hasta que se encontró con otra manera de
escribir su destino, militando.
Había vuelto con más fuerza desde California cuando
fue a cursar esa beca de Literatura. Estuvo un año en Berkeley, y allí comenzó
a escribir ensayos. La distancia le permitió mirar qué tenía de valioso su
nueva tierra de adopción. Cuál era su deber como intelectual en los cambios que
estaban sucediendo en la América india, en lo que había sucedió con la
revolución cubana, y los miles de jóvenes que viajaban para la isla. La
finalidad de aceptar la beca había sido perfeccionarse al principio, pero luego
comprendió que podía hacer muchas más cosas, mirando primero desde el norte los
cambios que se estaban produciendo en el mundo. Habían sucedió las revueltas de
Mayo del 68 en Francia, en Italia y Alemania. Los tanques rusos habían vuelto a
repetir en Checoslovaquia lo que hicieron con Hungría una década y año antes.
De ahí su distancia lenta y segura con el partido comunista.