sábado, 22 de agosto de 2020

Rodolfo Fogwill ó para sumarme a los diez años de su recuerdo

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Pasaron diez años de la muerte de Fogwill, y veintiséis años desde que cursé una materia que él daba en la Facultad de Psicología- UBA. Era:  Técnicas de propaganda y Mercado. Era sociólogo, y de eso conocía bastante. Había creado su agencia de publicidad, y vendió bastantes jingles. Poco yo sabía de eso en ese tiempo. Para mí el profesor que tenía adelante era el que escribía en revistas de rock y de cultura, en la naciente democracia del Alfonsín. 

Le pregunté una vez en voz baja: por qué ponía esa cara de Salvador Dalí, para las fotos de sus notas. Me miró y no dijo nada. Tenía esa simplicidad, esa manera directa de hablar  y no estaba en pose, como los psicoanalistas- profesores que iban a buscar pacientes más que alumnos. Cursábamos a la noche en esas aulas de la avenida Independencia, que antes había pertenecido a Filosofía y Letras. Tenía su grupo de aduladores, pero para mí era un profesor más y aparte era una de las últimas materias que me quedaban para recibirme, y creo que ya no me aguantaba más la facu. 

A veces me recuerdan esa anécdota que pasó en la cursada: se había caído un banco. Se sintió un fuerte ruido y un tornillo quedó girando en el piso. Lo levanté, me acerqué su escritorio y le dije- ya en voz alta-: “se te cayó”. Unos pocos se rieron contenidamente y los otros de su clan, me fulminaron con la mirada por haber profanado al Totem. Otra vez  ni se inmutó, siguió dando su clase tranquilo.

Un compañero de cursada de otras materias, no lo quería. Lo mencionaba y se enojaba, porque decía que estaba loco. En una reunión había dicho que los alumnos de psicología y los profesores que iban a dar materias que se cursaban en el hospital Borda, deberían aprender artes marciales para su defensa. Cada vez que voy al hospital siempre me acuerdo de esa anécdota. Mi ex compañero, no conocía esa cara de provocador, con unas dosis de cinismo. Después lo comprobé en su literatura: esa cuestión necesaria de realidad para este país. 'Los pichiciegos' es una manera de conocerlo (para quien no lo leyó nunca).

 La última vez que lo vi fue en un bar de la Biblioteca Nacional. Estaba tomando algo con una mujer joven o tal vez después me di cuenta que le estaban haciendo un reportaje. Creo que le dejé una revista (todavía no tenía libros editados). No me acuerdo tampoco porque hablamos de Wilhelm Reich. Ahí me contó que él conoció al único psiquiatra argentino que había estado en Maine, con el único discípulo que Freud expulsó por ser comunista y asociar sus ideas del psicoanálisis a la revolución. Le decían a este psiquiatra argentino- que estuvo entre los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina-  'el tarta'. Fogwill le alquilaba un departamento y luego lo veía navegando por el Tigre.

Creo que antes me lo crucé por la Biblioteca Goethe, en la avenida Corrientes. Entró con ese impermeable y la mirada media perdida, me saludó automáticamente, y no creo que se acordara que fui su alumno. Lo que sí recuerdo o recordaré siempre, que cuando me devolvió mi trabajo, que le había dejado para aprobar su materia, me miró y me dijo: está muy bien escrito. Debo reconocerlo ahora pasado tantos años, que fue uno de los pocos, en aquel antro universitario, que puedo decir, me alentó a seguir escribiendo.

Carlos Liendro

 


sábado, 8 de agosto de 2020

EN ESTADO DE POESÍA

 Griselda García: Jorge Rivelli, besame la frente...Madrigal del diabloalpialdelapalabra: Jorge Rivelli: la carta de tuñon y el colofón ...La mosca de Virgilio - Periódico EL APOGEO

Por Fabián Dominguez

Jorge Rivelli, el escritor que vive en estado de poesía, violó la cuarentena, escupió en la cara al Covid 19, salió del hospital, se subió a su bicicleta y se fue pedaleando por una calle que termina en bar. No se escapó, la huesuda lo buscó el domingo 14 de junio, un día después del día del escritor. Ahora sé, con tristeza, que si el teléfono de casa suena a la medianoche no será él.

Lo conocí hace dos décadas, cuando él vivía en Del Viso y, junto con Alejandra Mendé, su pareja, pedaleaban por Lisandro de la Torre. Golpeaban casa por casa para ofrecer las dos revistas que editaban: La Juntaluz, sobre cultura local, y Omero poesía, sobre los poetas de aquí, allá y todas partes. Nunca pasó por Puán. Su poesía estaba entre Borges y los bomberos voluntarios de la Boca, entre Mozart y Pity Alvarez, entre Picasso y el pintor de paredes de Villa del Carmen. En 1954 pisó Vicente López por primera vez y se dedicó a vivir cuatro décadas, hasta que descubrió la poesía. Militó en el PC algún tiempo y no enloqueció ni con Marx, ni con Lenin, sino con Maiakovsky y los poetas soviéticos, no solo leyendo sino también escribiendo. Cuando superaba en largo los treinta años, varios hijos y se había bebido la vida, publicó sus primeros poemas.

La década menemista lo provocó y sus textos tenían ritmo de videoclip con poemarios como Tiempo para matar, Movimiento en fuga y Trompe l´oeil. En 1997 sale Hebra mojada, escrito a dos manos con Alejandra Mendé, y en 1999 crea la revista de poesía Omero, que va a dirigir durante una década. En 2004 publica  Matambre, una serie de poemas más cerca al punk rock que de las oscuras golondrinas de Becker; y al año siguiente gana el premio Fondo Nacional de las Artes por Las calles terminan en los bares. Bukowsky, Waits, Ferlinghetti, Ginsberg fueron sus primos lejanos, y acá Juan L. Ortiz su modelo y César Fernández Moreno la voz de su generación. Los cuadernos donde están escritos sus poemas son prolijos, con una letra clara, sin dejar dudas sobre lo que quería decir. Descubrió una birome Pelikán que le resultaban cómodas por su trazado, su tamaño y estética. Platos de agua/copas de fuego es de 2012 y luego vendrán Baila baco baila, Manhattan Gandhi, Barfly, Venus viagra & violetas. En marzo del año pasado lo visité en su casa, y tenía sobre la mesa un poemario de largo aliento donde visita el infierno y a Dante: Madrigal del diablo. Intercambiamos libros, autógrafos y me regaló la Pelikán que estaba usando.

Además de escribir, ¿de qué trabajas?-, fue mi pregunta idiota, pequeñoburguesa, el día que lo conocí.

-El capitalismo siempre te reclama un trabajo como para justificar tu presencia en el sistema-, se mató de risa, mientras besaba gozoso el borde de una copa. Tiempo después fue el anfitrión de la casa de la ruta 26 para escuchar a Humberto Rivas y su obra de teatro sobre Nijinsky.

Intenso, rítmico, rabioso, sarcástico, juguetón es el sello de la escritura de Rivelli. Poeta urbano, donde la agitación febril del asfalto está presente. Cuando recitaba era rotundo como un trueno y dejaba en silencio a los que escuchaban. Sus lecturas eran el goce de la belleza pero a la vez la arenga para disfrutarla desde cualquier ubicación, ya fuera el Malba o un Mc Donald, desde la calle de tierra de Alberdi o la vieja ruta 8. Si los oídos no estaban preparados para la provocación el lector distraído podía quedar fuera del juego político, histórico y social, porque esa poesía no se evadía de la realidad sino que iba hasta lo sublime y gangrenoso de lo cotidiano.

Un día pasaba frente a la estación y vio que de un supermercado salía un flaco desgarbado, con un buzo holgado.

-¡Flaco¡ Te quiero regalar esta revista de poesía-, le dijo a Luis Alberto Spinetta, quien vivió una temporada en un barrio cercano, junto a su novia modelo. El Flaco lo saludo afectuoso, charlaron de poesía, y cada uno le firmó un autógrafo al otro.

Cuando fue a la feria del libro de Junín un grupo de chicos compraron sus libros, y luego se enteró que a sus poesías le pusieron música de murga. En la feria del libro de Buenos Aires, a cargo de un stand, llegó a vender más de cien libros propios, convenciendo a los compradores dudosos.

-Este libro molestó a muchos políticos, y su autor murió de tristeza. ¿Recuerda la gran quema de libros en la plaza de Anillaco?-, mentía convencido, mientras la mujer se conmovía y sacaba la billetera de su cartera.

Cuando cerró la revista Omero, abrió el blog cainabella, y los días pares de la semana, a las 10 de la mañana, subía un poema y una escueta biografía del autor, sin repetir ninguno de los dos, superando mil poetas/mas. Rivelli era un hippie viejo, una mezcla de comunista, trotsko, anarquista y kirchnerista que, como todo hombre bueno, solo quería que el pueblo viviera feliz. No era el Bukowsky criollo, ni Discépolo resucitado, sino el Rivelli que este tiempo reclamaba. Hay una decena de libros desde donde nos habla, y seguro que vendrán otros, entre ellos La metáfora o una ficción en la ciudad de los pájaros, escrita a dos manos con Alejandra Mendé, en homenaje al pueblo de Del Viso.

Mis amigos, que no leen poesía ni conocían a Rivelli, recuerdan siempre el día que me acompañó a presentar un libro sobre Walsh. En esa mesa también estaban Julio Azzimonti y Hugo Alba. Antes de la presentación Jorge, que sabía que las calles terminan en bares, visitó a viejos amigos. Un rato antes de la presentación lo vieron entrar a un bar, pedir un vino, leer un poema en voz alta, recitar un segundo texto parado en la silla, y después el tercero, arriba de la mesa y a viva voz, con el aplauso de los parroquianos y el vino derramándose entre los labios. Así, bien regado, fue a la presentación.

Los biógrafos gustan describir ese momento último donde se escuchan las palabras póstumas del héroe. Jorge se reiría en tono burlón al recordar el mito de la batalla que cerró con un “muero contento, hemos batido al enemigo”; o al creador de la azuliblanca diciendo “hay Patria mía”. Seguro le parecería más lógica la versión de Walsh recordando al soldado que moría en la vereda de su casa, en la madrugada de 1956, gritando “no me dejen solo, hijos de puta”. Jorge cerró su último libro con la descripción de ese momento: “en el fin de la noche el grito de los dioses/ me da la voz para cantarle a mis muertos”.

¡Salud compañero¡ Te fuiste, te extrañamos y eso marca cuanto te metiste en nuestros corazones…

Fabián Domínguez: Profesor de Historia, periodista. Ha escrito sobre Rodolfo Walsh y sobre investigaciones en la Región de desaparecidos. Su último libro es 'Tierra de sombras'

Un 8 de agosto, para el Poeta

Cuando iba terminando julio, invité a unos amigos y escritores que conocieron al poeta Rivelli, a que envien unas líneas, un poema, algo que lo recuerde el día de su cumpleaños.: 8 de agosto. Hubiera cumplido 66 años, si el calendario no me falla. 

Por la primera semana de agosto, recibo por facebook, no sé de quien, esta imagen que ven abajo. Era de su escuela secundaria de Vicente López, donde dice que él dibujó el logo- cartel que se realizaba para los egresados de ese año. Alguien abajo le puso: "yo hice un taller con él"

Cuando Jorge Rivelli nos contó que había ido al Colegio Nacional de Vicente López, y que eran los tiempos donde tomaban las escuelas, con la llegada del 'peronismo de Perón', de los montoneros, de la izquierda, el ERP; le conté que el primo de mi esposa había ido a ese colegio y que había estado en la toma. Allí también iban muchos hijos de funcionarios y militares, todos de la derecha restauradora de este bendito país. Entre Rivelli y el primo de mi mujer nunca se conocieron, pero las historias de esa épica toma eran las mismas. Iban en divisiones diferentes. A su vez mi esposa era de la generación que entró el primer día con la escuela tomada; en el 75 y 76 vieron las consecuencias del aquella libertad del 73, con sus compañeros desaparecidos y muertos, que las Tres A, arrojaban por la Panamericana.



Entonces fue en San Miguel, donde conozco al poeta, en un círculo de escritores que se estaba conformando por aquellos años de fines de los 90. Me invitaron luego a participar en varias de sus actividades que tenían por Del Viso, donde junto a Alejandra Mendé, realizaban actividades culturales.. Mucho de esas historias las plasmé en el libro 'Atravesando el siglo'. 
Aún no estaba el whatsApp, así todo lo que se me ocurría en materia de 'comics'- historieta, lo hacía en papelitos que encontraba, para luego armar una serie de viñetas que circulaban de mano en mano, con personajes locales. 
Se llamaban 'Los mindurrys'. El modelo era Allen Ginsberg, y era una pareja de escritores, moviéndose en un mundo cultural que les era adverso. Era la terrible crisis del modelo liberal que dejaba Menem- Cavallo y que continuaría De La Rúa. Nada para la Cultura. Pero ellos le ponían toda la fuerza de la resistencia. Por eso después se me ocurrió dejar un testimonio de su militancia cultural, en un documental que llamé 'La cultura de la resistencia'. Ahí ponían su voz, recitando sus poemas y escritos; como también las voces de periodistas y de otros escritores, más toda la movida de teatro que se hacía por Del Viso.


Los sueños dejaron de tener el mismo significado que tenían para los griegos de la antiguedad, donde el poeta era la voz de los dioses, o un demiurgo ancestral; el padre Freud nos arrojó a otros nuevos mundos de interpretaciones. 
Lo soñé al poeta en un tren del siglo XIX, como en esos relatos policiales que se busca a alguien.
Cuando pasaba apurado por el pasillo del vagón, escuché una carcajada. Iba sentado, en medio  de mujeres- tal vez como en esas fotos donde estaba con sus hijas y Alejandra que me hizo llegar en su convalecencia.  Estaba brindando, feliz, tranquilo levantando una copa.